Ponerse en el lugar del otro es una forma eficaz para llevar adelante un tratamiento.
Todo tratamiento es un acuerdo, explícito o no, que puede transgredirse. Además, cualquiera de sus participantes puede ignorar al otro o abusar de su papel.
En ese pacto hay una propuesta de trabajo; una temática; un modo; materiales e instrumentos; un fin y roles, que pertenecen al equipo de trabajo del paciente que consulta y al profesional consultado (sea médico, terapeuta, terapista, etc.).
En este sentido, el principal fin de la propuesta de trabajo es mejorar una patología o malestar y el tema es la enfermedad, la limitación que genera y sus síntomas. En tanto, los modos y los materiales incluyen ejercicios, técnicas y medicamentos, entre otros. Y el objetivo final es variable, ya que si bien no siempre se llega a la curación, muchas veces se apunta al alivio, a la rehabilitación y/o a la funcionalidad.
El papel del paciente que consulta es el de ser sincero en el intercambio, plantear sus necesidades, respetar las indicaciones y sostener el espacio. Por su parte, el profesional que lo atiende debe entregar lo mejor de sí a través de premisas como la idoneidad, la empatía, la pericia, la prudencia, la paciencia y el tiempo. Dentro de sus roles, aparece la psicoeducación.
¿De qué se trata la psicoeducación?
Es educar, explicar y enseñar acerca del proceso en su conjunto. No es simplemente dar información, etiquetar ni usar diagnósticos. Es sentarse con el paciente para explicarle aspectos de ese recorrido que harán juntos y del tratamiento, que empieza por la causa que produjo ese primer encuentro.
Algunos ejemplos pueden ser preguntarse: ¿qué es un trastorno de pánico?, ¿qué significa tener una lesión medular? o ¿tristeza y depresión son lo mismo? Psicoeducar es hablar sobre la patología, su evolución y su pronóstico. Es escuchar dudas y anticiparse a interrogantes, que a veces ni siquiera el paciente puede formular. Pero, principalmente, se trata de evaluar el tiempo de cada persona y de cada vínculo paciente- terapeuta a través de la empatía, que se traduce en la facultad de ponerse en el lugar del otro.
Para llevar a cabo estas acciones, se debe dosificar aquello que se va a decir, las sugerencias de lecturas o de videos que se darán y la información verbal, mediante la comprensión de que cada proceso personal es diferente y que, aun ante la misma enfermedad, cada recorrido es único. Se trata de ayudar al otro a frustrarse menos y a tolerar esa frustración, para que sepa a qué atenerse, para que se cuide, para que pueda anticiparse y para sostener un tratamiento.
Psicoeducar no es solo hablar de la enfermedad, también es enfatizar los recursos y las estrategias que ayudarán a estar mejor. Es desmitificar y apostar al criterio de realidad; no fomentar la negación de lo que se padece ni quedarse en la victimización y el sufrimiento.
Psicoeducación implica creatividad y alternativas pero, especialmente, paciencia. Y esto no se hace en un único momento. Se va repitiendo, incrementando y recordando. Es un acompañamiento en todo el recorrido, más allá de su duración.
Psicoeducar es decir, por ejemplo, que el estrés aumenta los síntomas, que no hay que esperar a que el dolor sea intolerable para decidirse a controlarlo, que en el proceso puede haber avances y retrocesos, que hay que ser cuidadoso en la toma de la medicación, que hay que ajustar la vida, los tiempos, quizá la casa, y adaptarse a la actual exigencia que la enfermedad o la secuela plantea. Es decir que la risa, la vida social, la actividad física posible y el buen ánimo, siempre mejoran el pronóstico.
Psicoeducar es decir: “No sos esta enfermedad. Tenés esta enfermedad”. “Te quedó estalimitación, esta dificultad”. “Vas a precisar ayuda para hacer ciertas actividades”. Y,fundamentalmente, es una manera de decir: “Estamos juntos en esto para que estés mejor.”
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