En una charla exclusiva con Ámbito, el neurocientífico aseguró que «la soledad no es buena para nuestro cerebro» y profundizó sobre el vínculo entre la tecnología y la creatividad. El futuro humano-máquinas y el sistema educativo.
Facundo Manes forma parte de ese minúsculo grupo de personalidades vernáculas que se dan el lujo de saltar la grieta. Sin soslayar sus convicciones, sostiene valores con una retórica a la que resulta difícil encasillar, y mucho menos oponerse. Para mejor, abrazado a la ciencia, su apego a la búsqueda de la verdad, con la salud como valor indiscutible, lo aleja de debates estériles.
Aquí va, pues, una charla a propósito de los avances científicos, pero en matera de innovación tecnológica, esa que define los tiempos que corren, aunque en Argentina nos corran siempre esas urgencias que nos impiden ocuparnos de lo importante.
Si de belleza y estética se habla, las personas busan parecerse a sus selfies.
Periodista: En una nota reciente, y pensando en el cerebro humano, usted subraya que es necesario no estigmatizar el error para poder ser creativos. Considerando que las máquinas no parecen deprimirse cuando fallan ¿es posible ver en ello una ventaja por parte de la Inteligencia Artificial?
Facundo Manes: No, porque, si bien es clave desestigmatizar el fracaso y aceptar y aprender de nuestras equivocaciones, la creatividad no solo radica en no darse por vencido ante el error. La creatividad es una capacidad propiamente humana. La tecnología puede estar al servicio de la creatividad, por ejemplo, como herramienta para generar obras de arte, pero la sensibilidad estética y la emoción que se expresan en una pintura, en una pieza musical o en una obra literaria no pueden ser producto más que de la experiencia humana, de nuestra experiencia.
Para entender esto es importante comprender cómo funciona la creatividad. Se trata de un proceso complejo que incluye cualidades y etapas como la preparación, algo de obsesión y un poco de locura, entender y encarar los problemas o situaciones a resolver de manera simple, ser valiente, estar relajado, tener flexibilidad cognitiva de manera de promover el pensamiento divergente, y como bien sugiere tu pregunta, estar dispuesto a equivocarse.
De todos modos, falta un factor fundamental: el contexto. Las comunidades y sus sistemas educativos tienen un papel crucial a la hora de incentivar la creatividad. En este sentido, las sociedades de las que nacen los talentos creativos tienen una responsabilidad enorme. Si hay un ambiente motivador, la creatividad se ve estimulada.
P.: Claro. Ocurre que hoy día se parte de la comparación constante entre IA con inteligencia humana. Sin embargo, algunos expertos prefieren pensar en términos de “inteligencia aumentada” señalando el modo en que ambas se complementan. En ese marco ¿es posible que los límites entre humanos y máquinas comiencen a borrarse?
F.M.: Bueno, es el caso, por ejemplo, de la interfaz cerebro-máquina, una tecnología que nos permite registrar y procesar ondas cerebrales en tiempo real y traducirlas en una acción en el mundo exterior. Se trata de un gran avance que mejora sustancialmente la vida de las personas con enfermedades que generan algún tipo de discapacidad. De hecho, un caso que demuestra cómo puede revolucionar la calidad de vida de las personas es el de una paciente tetrapléjica y que, gracias a implantes neurales, logró mover el brazo.
P.: ¿Cómo funciona esta tecnología?
F.M.: A esta paciente le implantaron quirúrgicamente dos cuadrículas de electrodos en la corteza motora que permitieron censar y transformar las señales cerebrales para poder ser luego transmitidas a una computadora. Con complejos algoritmos informáticos se decodificaron e identificaron los patrones cerebrales asociados con movimientos del brazo y de la mano. Entonces, cuando la paciente piensa en mover el brazo, los electrodos detectan las oscilaciones cerebrales y un software computacional se ocupa de interpretarlas y traducirlas en comandos de movimiento que son ejecutados por un brazo robótico. Se trata de avances que todavía están en etapa de investigación pero que son muy prometedores.
A partir de estos desarrollos se ha sugerido que la interfaz cerebro-máquina nos está acercando a una revolución tecnológica, que representa una fusión del cuerpo humano con dispositivos artificiales. Así, hay investigadores que declaran que podemos convertirnos en Homo cyberneticus. Como dije, se trata de tecnologías que todavía están a prueba y esas afirmaciones son especulativas.
P.: Mientras tanto, con el auge de la ciencia de datos, hay un boom de lo cuantificable. ¿En qué medida cree usted que las máquinas podrán adentrarse en terrenos de difícil mensurabilidad, como la belleza artística, o el amor?
F.M.: Creo que el amor, la belleza artística o, como decía, la empatía y la solidaridad son capacidades propias del ser humano. Es importante que recordemos que nada reemplazará nuestras habilidades sociales como la cooperación y el altruismo. Nuestro foco debe estar en fomentarlas, especialmente en estos tiempos en los que estamos sufriendo un déficit de empatía que nos impide pensarnos como un todo social y velar por el bienestar general.
P.: Respecto de ese punto, y justamente en tiempos de coronavirus, hay un crecimiento exponencial del teletrabajo, que, más allá de la eficiencia, nos aísla. Usted suele advertir que la soledad no es buena para nuestro cerebro. ¿Cómo se explica esta contradicción, entre lo que creamos para mejorar nuestra inteligencia, que por otro lado nos hace daño?
F.M.: Efectivamente, a pesar de que vivimos en la era de las comunicaciones y de la supuesta conexión, la soledad es uno de los males de nuestro tiempo, una pandemia del presente. En ese sentido, cualquier avance en relación con el mundo del trabajo debe considerar este punto central y no solo estar atento a la reducción de costos y maximización de la eficiencia a corto plazo. Porque, después de todo, la falta de bienestar también termina impactando en los costos y en la eficiencia.
Está claro que la soledad no es buena para nuestro cerebro, sino todo lo contrario. Mucha gente queda sorprendida cuando le menciono que la soledad crónica mata más que la polución ambiental, la obesidad o el alcoholismo. ¿Por qué? Básicamente, porque los seres humanos somos seres sociales. Necesitamos de los otros para nuestra supervivencia. El aislamiento afecta la calidad del sueño y aumenta los síntomas depresivos y los niveles matinales de cortisol, que es la hormona del estrés.
Y es bueno aclarar que lo importante no es estar rodeados de muchísima gente. Me refiero a la calidad del tiempo compartido con amigos y familia, una pareja, a cuando nos sentimos parte de algo más grande que nosotros mismos. Necesitamos del contacto cara a cara, construir lazos sólidos para nuestro bienestar. Por eso, cuando uno se siente solo, es fundamental reconocer la situación y entender el efecto negativo que produce en nuestro cerebro, cuerpo y conducta.
P.: Los filósofos, politólogos y demás analistas coinciden, junto con usted, en que la educación es lo que sienta las bases de que podamos entrar, como latinoamericanos, en la Cuarta Revolución Industrial. ¿Qué clase de educación hace falta? ¿Es posible aplicarla en regiones tan desiguales como la nuestra?
F.M.: La educación debe ser una prioridad para todos nosotros porque es uno de los pilares del crecimiento y la igualdad de oportunidades. Existe evidencia de que la educación reduce la desnutrición, la mortalidad infantil, mejora la salud, aumenta la esperanza de vida, impacta en el cuidado del medio ambiente, favorece el conocimiento del otro, promueve la tolerancia, solo por mencionar algunos de sus múltiples beneficios.
Para dejar de ser una sociedad desigual tenemos que apostar por la educación y el conocimiento. Y, para esto, tenemos que sincerarnos: a pesar del esfuerzo que nuestros docentes y trabajadores de la educación hacen día a día, la escuela de hoy no prepara a los chicos para un mundo que está dominado por la innovación y la creatividad. ¡Debemos repensar y transformar nuestro sistema educativo! Es imprescindible preparar a los niños y a las niñas para el aprendizaje. Debemos prepararlos para desafíos hoy inimaginables que requerirán de personas flexibles, creativas y con capacidad crítica.
P.: ¿Habría que modificar, entonces, todo el sistema educativo?
F.M.: Sí. Es indiscutible que hay que pensar y transformar nuestro sistema educativo, porque la educación debe centrarse en reforzar habilidades como la lectocomprensión, el pensamiento analítico, la tan mencionada creatividad, la expresión oral y escrita y el desarrollo socioemocional, entre otros. Debe ayudarnos a convertir la información en conocimiento. Y debe prepararnos para seguir aprendiendo a lo largo de toda la vida.
En lugar de enfocarnos en la evaluación de lo que los y las estudiantes pueden simplemente reproducir, tenemos que enfocarnos en trabajar sobre lo que pueden extrapolar de lo que aprenden, en cómo pueden aplicar el conocimiento que adquieren en distintos escenarios y situaciones.
Para esto, quienes enseñamos tenemos que amigarnos con los avances tecnológicos. Como mencioné en una columna que publiqué hace unos días, el futuro será complementar la inteligencia artificial con las habilidades cognitivas, sociales, emocionales y los valores de los seres humanos. Es nuestra obligación lograr una educación de calidad para todos los niños, las niñas y los adolescentes, pero también es nuestra obligación asegurar las condiciones para que efectivamente aprendan a través de una buena nutrición. Si no aseguramos las condiciones para que los chicos efectivamente aprendan, seguiremos en problemas. Para que se pueda enseñar y aprender es necesario lograr un mínimo indispensable de bienestar y equidad social.
P.: Bueno, de hecho, usted suele destacar la inmoralidad de algunos dirigentes, que vendría a explicar esa falta de bienestar y equidad. ¿Los avances tecnológicos pueden ayudar al respecto? Dicho de otra forma ¿las máquinas podrían poseer el sentido ético o moral del que carecen algunos seres humanos?
F.M.: Cuando hablo de inmoralidad me refiero fundamentalmente a la situación de hambre y los niveles de pobreza que sufren muchos argentinos. Es inmoral que en un país que produce alimentos como para satisfacer a diez veces la población argentina, suceda esto. El hecho de que muchísimos niños en nuestro país no puedan alcanzar su potencial en los primeros años y, en consecuencia, entrar en la escuela sin una base sólida para el aprendizaje, es una injusticia para con ellos pero, también, una enorme pérdida para el futuro.
Como suelo decir, es una hipoteca social. Y los responsables son, por supuesto, quienes ejercen roles dirigenciales, quienes tomas decisiones que impactan en la sociedad. Pero, en parte, también es responsable la sociedad civil que lo permite y que no demanda que de una vez por todas logremos ser una sociedad de conocimiento con desarrollo sustentable, igualdad y justicia social.
Creo que no necesitamos máquinas que decidan por nosotros, sino unirnos hombres y mujeres bajo un proyecto colectivo que busque este objetivo.
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