¿Por qué comemos cuando estamos tristes?

“Miércoles, nueve y media de la noche. Me encuentro sentada en el sofá cenando mientras veo la televisión. Antes de acabar con lo que tengo en el plato, ya estoy pensando en ir a la cocina por algo más. ¿Una ensalada? ¿Algo de fruta? No, no me apetece nada de eso. Más bien una factura o unas papas fritas de bolsa. El caso es que no debería tener mucha hambre porque he comido bien, pero noto la necesidad de comer y comer más”. Cuenta María Isabel Martínez Castro, la doctora en Psicología, psicóloga general sanitaria, Universidad Internacional de Valencia.

Si te sentiste identificado con el relato o alguna vez te pasó de querer comer, apesar de no tener hambre o de ya haber comido, pero sentir la necesidad de seguir comiendo, entontes te puede interesar conocer las causas por las que comemos. Es obvio que, si queremos comer, es porque tenemos hambre. Sin embargo, esta no es la única causa por la que comemos.

Está claro que comer es un acto fisiológico necesario. Ahora bien, el deseo de comida puede estar influido por muchas causas. La mayoría de ellas no son fisiológicas, sino emocionales.

En los simples actos de seleccionar alimentos y comer influyen varios factores que todos conocemos. Pueden ser el hambre, el apetito (antojo), la disponibilidad del alimento… Sin embargo, también influyen las emociones, el estado de ánimo, la sensación de estrés o ansiedad e incluso el aburrimiento. En estas ocasiones, buscamos canalizar esa emoción comiendo (pensando que tenemos hambre). Al fin y al cabo, los nutrientes hacen que el cerebro secrete varias sustancias que producen placer, como la dopamina o la serotonina.

Es más, no solo interviene el cerebro. Actualmente se considera que el estómago es nuestro “segundo cerebro”, pues es el que produce y almacena el 90% del total de la serotonina de nuestro cuerpo.

Al final, aprovechamos cualquier oportunidad para comer alimentos que nos producen sensaciones de bienestar o “felicidad”. Estos suelen ser muy calóricos y ricos en grasas y/o azúcares, que refuerzan en mayor medida la sensación de placer.

Sin embargo, no tenemos por qué considerar esto como un problema. La cosa cambia si se convierte en una rutina. En este momento comenzaríamos a depender de la comida para satisfacer nuestras necesidades emocionales, en vez de procesarlas de una manera más sana.

Además de que fisiológicamente hay una consecuencia evidente (el abuso de la comida y los impactos que genera), hay consecuencias graves a nivel emocional. Es precisamente en este nivel donde se encuentra la raíz del problema.

Por ello, es un hábito al que tenemos que prestar atención, para poder modificarlo. Algunas de las causas son que puede conducirnos a tener sobrepeso u obesidad o a desarrollar otros trastornos alimenticios severos, perjudicando nuestra salud.

 

Ideas para modificar este hábito:
Existen ideas sencillas que pueden ayudar a manejar este hábito:

Evitar comprar alimentos que pueden acabar siendo ingeridos de manera impulsiva (como snacks). Cuando los tenemos en casa, es más probable que se consuman. Si sentimos enojo o tristeza, es mejor posponer la ida al supermercado hasta que las emociones hayan vuelto a la normalidad.

Llevar un diario de comidas. Anotar lo que se come, cuánto, cuándo, qué se siente al hacerlo y cuánta hambre se tiene. Con el tiempo, podríamos encontrar patrones que revelan la conexión entre el estado de ánimo y la comida.

Mantener el estrés bajo control. Si el estrés conduce a la alimentación emocional, probemos con técnicas como el yoga, la meditación o la respiración profunda. Escuchar música puede ser una estrategia alternativa a la ingesta emocional.

Aprender a evaluar si es hambre física o emocional. Si hemos comido lo suficiente y hace relativamente poco, es probable que no tengamos hambre. Hay que darle tiempo hasta que se pase o buscar algo que hacer sin relación con la comida, como deporte, llamar a las amistades, ver una película, leer, navegar por internet o escribir puede ser de ayuda.

Es importante comer prestando atención a los olores, texturas, colores de los alimentos… Descubrir nuevas sensaciones nos alejará de la idea de una comida compulsiva. También prestar atención a cuándo se come, en qué lugar o la velocidad que se emplea. Disfrutar plenamente del acto de comer es fundamental.

Si sentimos la necesidad de picar entre comidas, es preferible un tentempié saludable. Por ejemplo fruta fresca, vegetales con un aderezo bajo en grasa, nueces, yogurt, tostadas o tortitas integrales con queso fresco… En definitiva, recurrir a la comida real y evitar los ultraprocesados.

Al lograr pequeñas metas, mejorará la autoconfianza y podremos continuar con otros cambios importantes en la alimentación. También es importante registrar los avances y reconocer los éxitos diarios. Como dijo el jurista y gastrónomo francés Jean Anthelme Brillat-Savarin, “dime lo que comes y te diré lo que eres”. Por lo tanto, no utilices la comida para regular tus emociones. ¡Disfrutala de manera saludable!

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