¿Qué hacer cuando queda el nido vacío?

Hay que desarrollar nuevas capacidades, encontrar otras orillas, renacer una y otra vez.

Conmueve el hornero que construye con destreza genética su nido perfecto. Conmueve la hornera fértil que pone sus huevos con el rigor de un compromiso atávico. Conmueve el gracioso pichón que tras innumerables ensayos finalmente levanta vuelo.

Pero a nadie conmueve la hembra que mira volar su pichón, la hembra yerma que ya no pondrá más huevos, la hembra que recorre su nido vacío…

La metáfora que me ayuda a pensar sobre este momento vital es “el cruce del río”. Nos despedimos de una orilla, nos mecemos en sus aguas desconocidas y allá a lo lejos vemos esperanzadas renacer una nueva orilla.

¿De qué orilla nos despedimos?
De veinte años febriles, cuando “simplemente’ criamos hijos y cada día es vigilia militante, sin dudas, sin sosiego. Es la vida con certezas porque debe haber leche en la heladera, el despertador en horario, el disfraz para el próximo acto y la vianda preparada.

La lista se recicla a diario, la agenda casi no tiene espacios vacíos. Estamos totalmente “orientadas”, como dicta la etimología u origen de las palabras, sabemos dónde está el oriente, sabemos donde sale el sol, sencillamente porque los hijos son los soles alrededor de los cuales giramos. Durante unos veinte años, las mujeres madres nos sentimos orientadas y con claridad de función. De esta orilla que condensa nuestra plenitud, nos despedimos…

¿Hacia dónde vamos?
Llega un día en que los hijos se van, las puertas de sus cuartos se cierran y una queda del otro lado desorientada, mirando una brújula que durante años marcó el norte con precisión cabal y que ahora se traba, titubea, gira en falso… Me doy cuenta de que mis ejes referente ya no están: hijos crecidos, padres envejecidos, mi cuerpo ahora lineal abandonando sus ciclos lunares y… ¡La pareja recibiendo todos los embates!

Y así mutamos de máximas orientadas a engrosar las filas de las desorientadas, las que hemos perdido el oriente, las que no sabemos ya por donde sale el sol. Es la debacle de las certezas, son tiempos de incertidumbre, tristeza, sensación de vacío y soledad.

Es el cruce del río, nos subimos a una barca desconocida, nos dejamos mecer mientras nuestra querida orilla se aleja, desdibujándose en el horizonte.

La otra orilla
Pero felizmente se disipa la niebla y, a lo lejos, la otra orilla va ganando nitidez. Una nueva aventura comienza, nos cambiamos los zapatos, menos terrenales, más livianos, abandonamos los rencores, dejamos los miedos atrás y como exploradoras vírgenes empujamos el horizonte, forzándolo a ofrecernos primicias.

Cada mujer, cada historia abre una versión nueva para su vida. Se jubila, ya no suena el despertador cada mañana, la que trabajó con el intelecto y la rigurosidad se deja llevar por sus manos artesanas, la que no pudo estudiar se sienta en un banco de alumna, la movediza e inquieta encuentra en esa práctica oriental una paz desconocida, la eternamente criticada y desvalorizada en la vieja orilla de pronto encuentra un compañero que sólo la acepta y la festeja sin pedirle que cambie nada.

¡Así se suceden las versiones de la nueva orilla… sepamos que todas y cada una de nosotras tenemos el derecho de recorrerla y el deber de esculpirla a nuestro antojo!

No resulta exagerado llamarlo renacer para que nos quede claro que estamos frente a un nuevo nacimiento de nosotras mismas, nos autoparimos, con pujos y dolores para festejar una vez más la gracia y el milagro de estar vivas.

(*) Adriana Grande (MN. 58804), es médica (UBA), psicoanalista integrante de APDEBA e IPA (Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires y Asociación Psicoanalítica Internacional). Especialista en vínculos padres-hijos.

Gracias por calificar! Ahora puedes decirle al mundo como se siente a traves de los medios sociales.
Lo que acabo de ver es..
  • Raro
  • Asqueroso
  • Divertido
  • Interesante
  • Emotivo
  • Increible

DEJANOS TU COMENTARIO