Con movimientos corporales que ayudan a regular el sistema nervioso, este método de yoga complementa el tratamiento psicológico de síntomas asociados con experiencias traumáticas
“No conocía este enfoque del yoga y es fascinante. Me apasiona ver cómo el movimiento consciente ayuda a desbloquear procesos emocionales que no sanaron bien. Es una experiencia que abrió mi mente, cuerpo y alma; y que me ayudó a reconocer y deshacer el trauma que llevo encapsulado dentro del cuerpo”, relata Sofía Llorens respecto de cómo vivió las primeras sesiones de Yoga Sensible al Trauma (YST), una forma adaptada para trabajar con personas afectadas por traumas psicológicos.
Uno de los precursores de la metodología es Bessel van der Kolk, psiquiatra y autor de El cuerpo lleva la cuenta, en donde explora cómo el trauma tiene la capacidad de almacenarse en el cuerpo y por qué las posturas de la disciplina originaria de la India pueden ser una herramienta efectiva para liberar la tensión y el estrés acumulado durante años.
“El trauma es una respuesta emocional o física a uno o más eventos o circunstancias dañinas con efectos adversos duraderos en el bienestar físico y mental”, informa la Administración de Servicios de Salud Mental y Abuso de Sustancias de los Estados Unidos (SAMSHA).
Tal como menciona la organización norteamericana, no es solo la mente la que alberga recuerdos; el cuerpo también lo hace y, en ocasiones, puede quedar estancado en el dolor. No haber podido procesar una experiencia tormentosa puede hacer que cierto grado de malestar quede circulando en el cuerpo indefinidamente y manifestarse mediante una sensación corpórea de incomodidad al recordar la experiencia negativa o simplemente por escuchar a alguien hablar sobre un tema vinculado al que provocó tanto dolor.
Yoga sensible al trauma: principios y práctica
Al ser desarrollado por profesionales de la salud mental, este método combina las teorías del trauma, del apego y aportes de la neurociencia, así como algunos de los componentes centrales del hatha yoga, donde los practicantes tienen la oportunidad de experimentar de forma segura, técnicas de respiración, movimientos corporales y sensitivos que colaboran con la regulación del sistema nervioso.
Sigue valores fundamentales como el respeto, consentimiento y autoempoderamiento. El YST se aleja de los enfoques tradicionales de la práctica india para adaptarse a las necesidades concretas de quien que acude a una sesión. María Macaya, presidenta de Fundación Rādika, experta y formadora en yoga sensible al trauma, informa que se trata de una metodología basada en evidencia científica que permite gestionar los efectos del trauma sobre una persona mediante la utilización de los sentidos. Y aclara que aunque las investigaciones señalen que los pacientes vuelven con mayor facilidad a las sesiones de YST que a la terapia cognitiva, esta es simplemente un complemento al tratamiento terapéutico.
“Para evitar ponernos en un lugar de poder no usamos el término ‘instructor’, lo reemplazamos por facilitador. Tampoco hacemos referencia a clases sino que lo que se toman son sesiones”, explica.
Allí –a diferencia del yoga tradicional–, los capacitadores hacen las diversas posturas junto con la persona sin esperar que esta lo imite dado que el facilitador cumple el rol de acompañante en el proceso de sanación.
Los siete principios del yoga sensible al trauma
Según desarrolla Macaya, el YST tiene siete fundamentos principales que están conectados con síntomas directos del trauma y que deben ser respetados por el facilitador y el practicante.
Seguridad: Se crea un ambiente en el que la seguridad es primordial para permitir la conexión y el aprendizaje.
Opciones: Empoderamiento del practicante a través de la elección, fomentando la autonomía y la pertenencia. “Es aprender que se puede conectar con uno mismo para saber qué es lo que se quiere elegir”, agrega.
Conciencia interoceptiva y propioceptiva: Desarrollar la capacidad de conectar con el cuerpo mediante los sentidos para poder navegar el mundo.
Presencia: Construir la aptitud de habitar el momento presente para sanar y conectar profundamente.
Conexión auténtica y humanidad compartida: Fomentar relaciones no jerárquicas que se basen en la autenticidad y el respeto mutuo.
Regulación del sistema nervioso: Técnicas para gestionar respuestas traumáticas y promover la estabilidad emocional.
Autocompasión: Cultivar un trato amable y comprensivo hacia uno mismo.
Cómo es una sesión
Para respetar los límites personales y teniendo en cuenta la sensibilidad que puede haber hacia ciertas posturas y/o ejercicios, el facilitador debe brindar en cada propuesta diversas opciones a los practicantes, incluida la posibilidad de abstenerse de ciertos movimientos o ejercicios que les puedan despertar recuerdos dolorosos. De esta forma, las secuencias se diseñan para crear un ritmo que va de la tensión a la relajación y lo que se espera es que lo mismo se replique en la vida cotidiana de la persona.
“No hacemos posturas acrobáticas para no generar sensación de competencia y, de igual modo, también evitamos posiciones que sabemos que pueden despertar miedos”, señala Macaya. Además, hace hincapié en que la metodología es segura y tiene como objetivo que cualquier persona con trauma pueda participar. “No es necesario que nos relaten la situación que les generó la conmoción o las secuelas de ella. Nos fiamos de lo que vemos en la sala y en cómo son las reacciones”, agrega. Las sesiones pueden ser individuales o grupales, depende de la preferencia y lo cómodo que se pueda sentir el practicante.
La respiración consciente –destaca la presidenta de la Fundación Rādika– es otro elemento que desempeña un papel central en la sesión ya que situarse en el momento presente ayuda a restablecer la conexión con el cuerpo, disminuir la respuesta de lucha o huida y promover un sentido de seguridad.
Según revela Macaya, en términos generales, los resultados positivos de las sesiones comienzan a manifestarse a las seis u ocho semanas de asistencia. “De a poco se van notando cambios en las personas; al principio les cuesta elegir qué posturas quieren hacer y de repente empiezan a seleccionar por su cuenta y no necesariamente siguiendo lo que hace el facilitador”, dice.
Los avances también se manifiestan en la corrección de la postura corporal, la incorporación de técnicas para regular el sistema nervioso, cambios en el estilo de vida y las formas de relacionarse. “Modifican su forma de ver el mundo”, sintetiza Macaya.
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