Las personas duermen más, pero más tarde. Esto genera un desfasaje en el «horario» interno y menor exposición a la luz solar, según una investigación de especialistas del CONICET.
El día de cada persona, su ritmo y sus variaciones, está controlado por el reloj biológico. Desde el sueño hasta el estado de vigilia, entre un sinfín de aspectos. Pero el aislamiento provocado por el COVID-19 parece haber alterado el «horario» interno de los argentinos.
Así lo determinaron los investigadores del CONICET María Juliana Leone, Mariano Sigman y Diego Andrés Golombek, que publicaron su trabajo esta semana en el sitio Current Biology. Los resultados indicaron que las personas, dentro de los niveles recomendados de sueño, están durmiendo «significativamente más», y más tarde, durante la cuarentena.
Durante la semana, el sueño es más estable y se «exhibieron niveles más bajos de jetlag social», es decir cuando el descanso del fin de semana, o de los días libres, es muy diferente a los horarios de los días laborales.
Si bien esto podría parecer una mejora general de las condiciones del sueño, el cronotipo -variaciones de los ritmos circadianos- también se retrasó durante estos meses, principalmente por la reducción de la exposición de las personas a la luz solar.
«Este signo de un ciclo de luz-oscuridad más débil debe ser monitoreado con atención, ya que puede causar progresivamente efectos disruptivos en el sueño y los ritmos circadianos, afectando el desempeño y la salud humanos», aseguran en la publicación.
Por su parte, Golombek indicó, en sus redes sociales, que este mayor descanso «es a expensas de un retraso de fase» y que por eso no se puede celebrar. «Hacemos todo más tarde, tanto el despertar como el acostarnos. Así, nos exponemos menos a la luz del día y más a luces artificiales a la noche, lo que nos mueve cada vez a la vespertinidad», alerta.
Esto no es para nada bueno: «Evolucionamos como bichos diurnos y nuestra fisiología y comportamiento se ordenan de acuerdo con esta temporalidad. No sabemos las consecuencias de volvernos tan noctámbulos en forma crónica», asegura el biólogo.
Su recomendación ante esta información es: dormir bien y las horas suficientes. Tratar de ser estables en los horarios y de «no comerse» tres temporadas de una serie a la noche. «Para cumplir los sueños, hay que dormir», concluye.
El estudio
Los especialistas utilizaron la base de datos de 25.000 encuestados del proyecto de investigación sobre sueño llamado Crono Argentina. Compararon la duración, la calidad y el tiempo del sueño, el desfase del horario social y el cronotipo entre las condiciones de control y de encierro de 1.021 personas que completaron cuestionarios antes y durante la pandemia.
Luego, concluyeron que la duración del sueño durante la semana se retrasó y que fue mayor en este contexto. Por otro lado, solo el 37 por ciento de los participantes no alcanzó las siete horas de descanso recomendadas.
El retraso «significativo» del cronotipo «podría estar asociado con cambios y debilidades en el estilo de vida», como por ejemplo los horarios de trabajo y de escuela, que se volvieron más flexibles, retrasados o incluso ausentes, y una menor exposición a la luz por la mañana.
Si bien las personas redujeron «significativamente su deuda de sueño en aproximadamente 40 minutos al día entre semana», la duración del sueño durante los días libres no se acortó «en absoluto».
Para llegar a estas conclusiones, tuvieron en cuenta varios aspectos, entre ellos, la edad, y observaron que los más jóvenes experimentaron mayores cambios que los mayores.
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