La ciencia explica por qué esta estación estimula una mayor producción de serotonina, neurotransmisor que funciona como un antidepresivo natural
Cuando en la Alemania medieval, casi al finalizar diciembre, los locales comenzaron a colgar dulces, manzanas, velas y nueces intentaban disimular los troncos desnudos de hojas, la ausencia de flores y la carencia de color. Así nacía la idea de árbol de Navidad. En Bulgaria, amigos y familiares se regalan piezas tejidas de color rojo y blanco que se llaman martenitsi, que llevan en las muñecas o en la ropa hasta que ven una señal de la primavera, como una cigüeña o una golondrina. En ese momento hay que colgarla de un árbol florecido para tener un año próspero.
En Japón, en tanto, se celebra una fiesta nacional: Shunbun no Hi. Es el momento de la floración del cerezo. Los niños en México suelen disfrazarse como flores o animales. En Chichén Itzá se reúnen miles de personas al atardecer para celebrar el regreso de la serpiente solar. A medida que la luz del sol se desvanece, las sombras crean la apariencia de una serpiente deslizándose por la escalera de la pirámide. En Polonia se arroja al agua una muñeca hecha de paja y vestida con ropa de colores que representa el invierno. Songkran, en Tailandia, es una batalla de agua que dura tres días. En China y en Estados Unidos se intenta parar un huevo por alguno de sus extremos como símbolo de buena fortuna.
Floriade es una celebración australiana que se extiende por 30 días, cuando un millón de flores decoran el Commonwealth Park en la capital, Canberra. Los carpinteros de Valencia solían quemar trozos de madera (parots) que servían para sostener sus luces durante el invierno. Poco a poco, se fueron añadiendo a la hoguera objetos viejos y trapos, lo que le dio a la estructura de madera la apariencia de un ser humano; así se originaron las fallas valencianas. En la India, Holi (“festival del amor”) es el momento en que el color se apodera de todo, también de las personas: se untan unos a otros con pintura y se rocían con polvos de colores y agua. En Bosnia se desarrolla el festival de huevos revueltos: una gigantesca comida comunitaria.
¿Por qué desde casi el origen del mundo las personas se han unido a celebrar el fin del invierno y a homenajear el comienzo de una etapa en la que el sol compite con la noche para regalar más luz que otras estrellas? Desde el tiempo de las cavernas este proceso ha significado un despertar. La tradición humana se ha formado a partir del innato acompasar de la naturaleza. La mayoría de los calendarios se empezaron a gestar con el ritmo de las cosechas y de la vida animal. El clima ha determinado el momento de guarecerse y el de salir a explorar. Aún hoy, el cambio de estación que deja atrás el tiempo más frío despierta un cosquilleo y unas ganas renovadas. ¿Es esto científico o es un efecto contagio que heredamos de nuestro pasado más remoto?
La fiebre neuronal
La primavera se convierte en una metáfora del renacimiento personal. Así como la naturaleza florece, también nosotros nos vemos seducidos con la idea de aprovechar esta temporada como una oportunidad para crecer y renovarnos desde adentro hacia afuera. Carina Castro Fumero, neuropsicóloga pediátrica con más de 20 años de experiencia en salud mental, afirma que “la llegada de la primavera no solo marca un cambio en el clima y la naturaleza, sino que también puede desencadenar procesos profundamente conectados con la neurociencia y la biología del cerebro”.
Uno de los cambios más relevantes se produce gracias a la luz solar, ya que afecta nuestro ritmo circadiano, “el reloj biológico interno que regula los ciclos de sueño y vigilia –añade Castro Fumero–. A medida que la producción de melatonina disminuye con más luz diurna, muchas personas experimentan una mayor energía y menos somnolencia durante el día. Pero además, la luz del sol estimula la producción de serotonina, ayudando a combatir la tristeza invernal y aumentando la sensación de bienestar y felicidad. Este cambio mejora nuestro estado de ánimo y energía”.
Allí puede anidar lo que popularmente se conoce como “fiebre primaveral”. Norman Rosenthal, profesor de psiquiatría en la Universidad de Georgetown, se ha dedicado a investigar los trastornos afectivos estacionales (TAE). Es autor, entre otros libros, de Defeating SAD (Derrotando el trastorno afectivo estacional), donde describió por primera vez la patología. Hace más de cuarenta años Rosenthal emigró desde Sudáfrica a Nueva York para una formación profesional. El primer invierno bajo la nieve fue apoderándose de él con una especie de tristeza que se agrandaba a medida que los días se acortaban, pero se convertía en euforia durante la primavera. Lo mismo siguió experimentando en los años sucesivos. “El fenómeno es real, científicamente comprobado y se expresa de diferentes maneras –relata–. En algunos casos llega a ser como una especie de euforia desmedida. Las personas se aferran a las horas de luz que crecen día a día llenándolas de nuevas actividades. Hay un cierto deseo de comer el mundo en un solo bocado. Es una fiebre en la definición perfecta”.
Con Castro Fumero coincide Kathryn A. Roecklein, doctorada en ciencias de la salud e investigadora de la Universidad de Pittsburgh, a volver sobre las claves del ritmo cicardiano (término que significa “alrededor de un día”), un proceso que regula los cambios en las características físicas y mentales que ocurren en una jornada. Las modificaciones las realiza el hipotálamo, localizado en el cerebro, que envía señales a diferentes órganos del cuerpo, entre ellas a la glándula pineal que, en respuesta a la luz, suspende la producción de melatonina, una hormona que provoca la sensación de somnolencia. En días cortos, el reloj se altera provocando jornadas físicamente más reducidas, donde el ritmo cicardiano se aletarga.
Roecklein se ha especializado en comprobar el modo en que la sensibilidad de la retina a la luz aporta efectos circadianos y sobre el sistema nervioso central. “Hemos acumulado anécdotas de personas que declaran sentirse con más energía, de mejor humor y con un sueño más reparador durante la primavera –explica–. La ciencia ha demostrado que esas apreciaciones se relacionan con la exposición a la luz. Este hecho tiene dos tipos de efectos. En primer lugar, le indica al reloj circadiano el momento del amanecer, manteniendo nuestros cuerpos sincronizados con la tierra. En segundo lugar, la luz tiene efectos sobre la atención que puede hacer que las personas se sientan menos deprimidas, más alertas, cognitivamente más capaces de procesar tareas y con más energía”.
Según Silvia Alava Sordo, psicóloga y autora, entre otros libros de La psicología que nos ayuda a vivir, “hay investigaciones que sugieren que cada hora adicional de aire libre reduce de forma significativa la probabilidad de desarrollar trastornos depresivos. Las investigaciones nos dicen que los que pasan más tiempo al sol reportan un mayor bienestar y menos anedonia. De hecho, la exposición solar diaria de 30 minutos reduce los niveles de cortisol, la hormona del estrés, en un 15% y eso hace que se mejore el estado del ánimo y que se disminuyan los síntomas de la ansiedad y la depresión”.
Amor lógico
Frente al saber popular que habla del reverdecer del amor en cuanto los brotes primaverales se hacen ver, los especialistas hablan de una vinculación no relacionada con el sexo. Laura Maffei, doctora endocrinóloga especializada en el tratamiento del estrés, explica: “Hay muchas sustancias hormonales y neurotransmisores que se conectan de una manera compleja. Se envían mensajes y se estimulan gracias a los efectos de la luz y la temperatura que cambian con la llegada de la primavera. La sensación de bienestar en el estado de ánimo tiene que ver con la serotonina, nuestro antidepresivo natural. Este neurotransmisor se estimula con la luz y también cuando se hace actividad física, una práctica más frecuente cuando los días son más largos”. Además, la endocrinóloga comenta que se suma la oxitocina, un antídoto natural contra el cortisol, la sustancia que produce el estrés. “La oxitocina, llamada la hormona del amor, en verdad se relaciona con el apego, más que con la pasión. Se estimula cuando estamos con amigos y familia, en general en ámbitos sociales, otra actividad que se propicia cuando los días se prolongan”, dice.
Rosenthal agrega que “es probable que se produzcan muchos cambios bioquímicos y físicos cuando los días se expanden. Las neuronas receptivas, privadas de serotonina durante los meses de invierno, ahora están repletas de este neurotransmisor. El resultado de esta inundación que afecta a los receptores extrasensibles puede ser la fiebre primaveral”. Sabemos además que la exposición al sol aumenta la actividad en la amígdala, “que es el área del cerebro donde se generan las emociones, y en la corteza prefrontal, que es el sector que se encarga de regularlas –afirma Alava Sordo–. Todo esto influye en el bienestar emocional”.
Sandra Germani, coordinadora del área de Psicología Cognitiva del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental del Hospital de Clínicas de la UBA, vuelve sobre el valor de la serotonina como regulador del estrés y de la ansiedad. “Además –explica– interviene en procesos de manejo del sueño, regulación del apetito y comportamiento sexual. Por otro lado, la vitamina D que también captamos más gracias a los períodos de luz prolongados, está involucrada en la modulación del sistema inmunológico, entre otras funciones”.
No podemos olvidarnos de la dopamina, otro neurotransmisor que se relaciona con el estado de ánimo, “específicamente con la motivación y la recompensa –informa Germani–. Las situaciones placenteras ayudan a liberar dopamina y nos motivan a querer repetir la experiencia. El cambio de temperatura y los días más largos promueven encuentros, situaciones compartidas, reactivación del vínculo con lo social. No debemos olvidar que somos seres emocionales y sociales, es así como la interacción vincular es parte indispensable para nuestro bienestar”.
Una época para renacer
La propia duración de la jornada empieza a generar espacios que no eran vistos como potables durante las noches largas y frías. A la par de cuestiones físicas, aparecen otros cambios psicológicos, que no siempre son, como se cree, “pum para arriba”. “Tanto pensamientos y emociones como conductas pueden emerger en algunas personas con fluctuaciones en su ánimo, fatiga o desánimo, mientras que muchas otras en esta época se sienten llenas de energía y optimismo y se ven más predispuestas a salir al aire libre y pasar más tiempo con otros –advierte Tamara Lichtmann, psicóloga de la Fundación Aiglé–. Si bien los procesos de cambio en los significados personales son propios y singulares de cada persona y no hay una determinada época del año para renacer, los brotes nuevos que comienzan a crecer y florecer en primavera, pueden ser un recordatorio de que en la vida siempre hay nuevos comienzos a nuestro alrededor. En la naturaleza las estaciones se suceden y el ciclo de la vida no deja de manifestarse, lo que puede traer aires de renovación, de esperanza y de confianza en los procesos”.
La primavera, entonces, “puede considerarse un catalizador natural para el florecimiento personal –complementa Germani–, promoviendo la química del bienestar, que si bien está siempre presente, por las condiciones estacionales de esta época, se encuentra potenciada. Esta estación es una oportunidad para renacer, no solo en un sentido metafórico, sino también en términos de cómo nuestro cuerpo y mente responden a los cambios de la temporada: conectar con la naturaleza, disfrutar los días más largos, favorecer los encuentros sociales, potenciar proyectos y moverse”.
Aún en medio de la euforia, también emergen las alergias y el desafío que implica el paso de la quietud del invierno a la vitalidad de la primavera que puede resultar abrumadora para algunas personas. “La sensación de ‘tengo que cambiar algo’ es muy desorganizadora y difícil de manejar. Pero pasa”, sostiene John Sharp, en su libro The Emotional Calendar: Understanding Seasonal Influences and Milestones to Become Happier, More Fulfilled, and in Control of Your Life (El calendario emocional: comprender las influencias estacionales y los hitos para ser más feliz, más pleno y tener el control de su vida). No es necesario iniciar una nueva etapa porque todos lo hacen. Tal vez esta primavera es una oportunidad para dar la bienvenida a la espontaneidad. Después de todo, como diría Ernesto Sabato, “en la vida, basta el espacio de una grieta para renacer”.
Florecer al ritmo propio
John Sharp insiste en que aunque esta sea una época de florecimiento, el camino solo debe tomarse si se desea. Para evitar la presión que impone la temporada, propone una serie de pasos para no sentirse abrumado por el inexorable empuje de la estación.
Sin impulsos
“No reacciones de forma exagerada –afirma–. Si es algo que realmente necesitás, podrás hacerlo en el momento preciso, cuando puedas aprovechar mejor tu energía”.
Lo que sirve
No hace falta comenzar el deporte de moda. “Elegí lo que te funcione y quizás, si hay ganas, se puede intensificar –indica–. Usá el poder de lo familiar”.
Improvisar
Que la ligereza que aporta la estación permita salir de la caja. “Es posible que la rutina te tranquilice, pero podrías inspirarte en lo imprevisible del clima. Si en vez de verlo como amenaza, lo experimentás como la novedad diaria, se pone en juego un cambio de mirada”, añade.
Salir al aire libre
Estar al aire libre mejora la salud mental. “La primavera seguro es un tiempo para no estar aislado y solo”, completa Sharp.
Hora de acomodar el armario cerebralLa primavera es un buen momento para hacer una limpieza en la cabeza. Sandra Bond Chapman, directora del Centro para la Salud Cerebral de la Universidad de Texas, compartió una serie de sugerencias para acomodar los pensamientos.
Modificar hábitos. Una investigación publicada en The Lancet descubrió que hasta el 40% de los casos de demencia podrían prevenirse o retrasarse si se bebe menos, no se fuma, se hace más ejercicio y se sigue una dieta saludable.
Cuidar la mente. El centro donde trabaja Chapman confirmó por medio de estudios cambios positivos en personas sanas de entre 18 y 97 años que cuidan su cerebro. “No importa la edad, la mejora demostrada es la misma”, dice.
Preferir actividades desafiantes. “Elegir una actividad que mantenga alerta elevada. Si se hacen crucigramas, se debe avanzar hacia niveles más difíciles. “Lo suficientemente complicados; sin piloto automático”, explica Chapman.
Fomentar los vínculos. Buscar el encuentro personal, o incluso por teléfono, en lugar de depender de las actualizaciones de las redes sociales como Instagram o Facebook o un simple mensaje de WhatsApp.
Buscar buenas noticias. “La mayoría de las personas absorben alrededor de nueve historias negativas por cada una positiva, esto aumenta la ansiedad, manteniendo el cerebro en un estado de alerta máxima”, dice Chapman.
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