Musicoterapia: la vibración puede sanarnos integralmente

La vibración de un instrumento musical llega hasta lo más profundo de nuestro organismo: es una medicina para el cuerpo y un bálsamo para el espíritu.

La salud no es solo una cuestión física o biológica, sino también psicológica, social y espiritual.

Desde un punto de vista holístico, podemos tener migraña y estar tristes, podemos tener dificultad y tensiones al tratar con una determinada persona, y podemos sentir que nuestra vida carece de sentido.

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Necesariamente nuestra salud depende del cuidado de todas estas dimensiones. Y solo cuando consideramos esta definición de la salud como algo integral, la idea de una «música que cura» cobra sentido, pues nos afecta a todos los niveles:

La música es sonido, o sea, energía, y produce un impacto directo en nuestro sistema biológico.
La música es «el lenguaje de las emociones», como dijo Kant. Afecta directamente al sistema límbico, la parte del cerebro donde se gestionan las emociones.
La música es un «lenguaje universal», nos permite comunicarnos no verbalmente con los demás.
A través de la música podemos alcanzar estados modificados de conciencia, contemplativos.

Para que la música sea terapéutica no basta con poner la radio mientras conducimos. Una canción que no esperábamos puede arrancarnos una sonrisa, pero no va a curarnos.

Para extraer de la música todo su potencial hay que pensar en ella como un cirujano piensa en su bisturí. Es una herramienta útil.

Como señala Anthony Storr en La música y la mente (Paidós, 2008), hasta la modernidad la música no se emancipó de su función y pasó a ser algo «puro», algo de lo cual disfrutamos en sí mismo.

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Desde tiempos inmemoriales se ha utilizado como medio para innumerables fines: hilo conductor de rituales religiosos, seña de identidad de las tribus, medio facilitador de estados extáticos o como estimulante antes de la batalla… La música tuvo, antes que nada, una función predominantemente práctica.

Y la musicoterapia, como terapia «complementaria» que goza de gran reconocimiento hoy, no es sino una recuperación de esta concepción de la música como un medio, concretamente para curar, paliar o acompañar en la enfermedad.

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Una música para cada desequilibrio
La musicoterapia no es ponerle a alguien un CD para que se relaje. La musicoterapia hace uso de multitud de técnicas para conseguir resultados específicos con personas que padecen enfermedades concretas.

Se aplica prácticamente en todas las especialidades sanitarias, así como en el crecimiento personal.

El paciente puede tocar un instrumento en grupo como una manera de socializarse (en la educación especial); puede escribir letras de canciones para expresar lo que siente (en la depresión); puede sincronizar su paso con el ritmo de un tambor para mantener o minimizar el declive de su capacidad de andar (en el Parkinson).

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Puede recitar mantras para calmar su diálogo interno (crecimiento personal); puede emocionarse y volver en sí al escuchar una música que hacía 60 años que no escuchaba pero que recuerda perfectamente (en el Alzheimer).

Puede cantar notas largas, lo que se conoce como toning, para recordar su capacidad de respirar abdominalmente y aprender de forma lúdica recursos para gestionar el estrés (en el trastorno de ansiedad generalizada); puede hacer determinados ejercicios de canto para recuperar el habla a través de la melodía (en la afasia causada por un ictus), y un largo etcétera.

El doctor Alfred Tomatis (1920-2001) descubrió que una persona que no puede escuchar una determinada frecuencia no es capaz de reproducirla con su voz. Por eso, los cantantes que llegaban a su consulta (era físico y otorrinolaringólogo) desafinaban en un registro concreto.

El problema no era del sistema auditivo, sino del órgano que descodifica los mensajes que este manda, el cerebro.

Descubrió que con repetidas audiciones de una música que amplificara la frecuencia que la persona no oía se restauraban las conexiones neuronales que inhibían la escucha.

 

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Pero además, ¡los pacientes mejoraban psicológicamente! Lo cual llevó a Tomatis a inferir que los traumas o conflictos psicológicos inhibían la escucha de determinadas frecuencias, y que, con la audición de música debidamente tratada, se podrían aliviar los síntomas de dichos conflictos.

El método potencia la memoria, la atención, la coordinación, la fluidez verbal y el ritmo. Está indicado en los trastornos psíquicos y emocionales.

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La «nueva música sacra»
Con la perspectiva de los años nos daremos cuenta de que actualmente estamos experimentando un resurgimiento de la espiritualidad. Ya no lo veremos como una moda pasajera, sino como un auténtico fenómeno sociológico.

La gente tiene sed de trascendencia, pero en gran medida ya no la busca en la religión. La espiritualidad se está secularizando en el mundo occidental.

El interés por el yoga, la meditación o las ceremonias con plantas sagradas, que se desató en la década de 1960, ha vuelto seguramente para quedarse.

Este fenómeno o movimiento tiene una banda sonora que hemos dado en llamar la «nueva música sacra», que engloba a aquellos artistas que entienden la música como un medio para facilitar en el oyente un estado concreto, ya sea contemplativo o extático.

Se reconoce esta «sed de trascendencia» y se ofrece la música como un vehículo para acercarse a ella, para «sanar». F

Existen músicos reconocidos de la «nueva música sacra» como Krishna Das, Deva Premal o Snatam Kaur, que han recogido el Kirtan, la música devocional de la India, y la han pasado por el tamiz occidental para acercarla a los oídos actuales.

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La música que une
En los multitudinarios conciertos de esta música sacra, el oyente es invitado a cantar mantras (sílabas o palabras sagradas que se repiten una y otra vez), a menudo en un formato de pregunta-respuesta, generándose así entre el público un sentimiento de comunión y unidad mucho más cercano a lo religioso que al espectáculo o la cultura.

Dentro de esta tendencia, y sin ir más lejos, en nuestro país –concretamente en Barcelona–, existe un movimiento muy importante de artistas que, si bien son estilísticamente distintos entre ellos, se puede decir que entienden la música de la misma manera. A menudo tocan en iglesias y reúnen en sus conciertos a centenares de personas.

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Entre ellos tenemos a Ravi Ramoneda como uno de los máximos exponentes del Kirtan. Tenemos a Mark Pulido y sus Bilas, las «campanas planas de alta frecuencia vibratoria», un instrumento con una potencia inusual.

Y tenemos a MuOM, el coro de cámara de canto armónico de Barcelona, una de las pocas formaciones del mundo que utiliza técnicas de canto difónico o canto de la garganta (un solo cantante emite dos sonidos a la vez) en grupo.

Contra el riesgo de exclusión
La música toca el alma y también sirve para reunir y sacar lo mejor de las personas.

El concepto de música comunitaria (y las community arts) merece una mención especial. En el mundo entero proliferan los proyectos que utilizan la música como herramienta para trabajar con colectivos que están en riesgo de exclusión.

En Suramérica, nos encontramos con el pionero Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela (Fundación Musical Simón Bolívar), un programa que implementa valores a través de las orquestas.

En Colombia, la Fundación Familia Ayara realiza actividades artísticas y pedagógicas basadas en la cultura del hip-hop para mejorar las oportunidades de los jóvenes.

En el Reino Unido, Streetwise Opera da la oportunidad de subirse a un escenario a gente que ha vivido en la calle.

Y en Barcelona, el proyecto Basket Beat enseña música y valores a través de la pelota de basket, y cuenta con una orquesta profesional integrada por músicos, educadores sociales y jóvenes, la Big Band Basket Beat Barcelona.

La música no es solo un divertimento, sino mucho más: es un bálsamo para el espíritu, una caricia para el cuerpo y una bisagra para nuestras relaciones.

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Sonoterapia, frecuencias sanadoras
Aunque se puede entender como una rama de la musicoterapia, la terapia del sonido o sonoterapia se considera una terapia diferente.

La razón es que la sonoterapia utiliza como agente terapéutico el aspecto puramente físico: el sonido, las ondas sonoras. Aunque se emplean varias técnicas, lo más habitual es que el paciente reciba un baño de frecuencias sonoras emitidas por instrumentos como los cuencos tibetanos, cuencos de cuarzo, gongs, didgeridoo, monocordio…

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La idea fundamental sobre la que descansa la sonoterapia es que nuestro organismo, como toda materia, emite un conjunto de vibraciones que forman la frecuencia fundamental del cuerpo. Un cuerpo sano emite una frecuencia armónica, cual un instrumento bien afinado. Pero puede «desafinarse» por diversas razones (estrés, trauma, accidente…).

La terapia de sonido entiende la enfermedad como una pérdida de la armonía del cuerpo, y el sonido como el agente que puede ayudar a restaurar el equilibrio mediante frecuencias puras o sonidos ricos en armónicos.

El sonido es energía física. De entrada puede parecer que nos toman el pelo. De hecho, esta es una de las terapias donde más intrusismo hay, pues cualquiera se puede comprar unos cuencos y colgarse el título de terapeuta. Pero no por ello debemos desdeñar el potencial terapéutico del sonido.

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