Vivir con optimismo hace la vida personal más satisfactoria. Sin embargo, una dosis saludable de pesimismo puede ser algo bueno. La opinión de los psicólogos.
Repetir afirmaciones positivas es una excelente, y muy difundida, manera de entrenar la mente para mejorar la actitud frente a las adversidades. Incluso, hay quienes creen que se puede ser feliz siempre, si se adopta una predisposición hacia el optimismo, y que es la clave de vivir con buen humor. Vaso medio lleno o medio vacío: esa es la cuestión.
“Ser feliz es algo muy complejo para dar una opinión exacta. Por esto, desde ya decimos que no es sólo una cuestión de actitud”, responde a Con Bienestar María Liliana Acosta (M.P. 97.485 ), psicóloga especializada en Teoría Cognitiva Conductual (TCC)y miembro del Colegio de Psicólogos de la Provincia de Buenos Aires Distrito XV.
Para la experta, todas las experiencias nos aportan algo: “Las buenas, sí dan felicidad: un amor que nos comprende y acepta como somos, el nacimiento de los hijos, un ascenso en el trabajo, lograr el final de una carrera profesional, un viaje al lugar soñado. Son momentos, destellos de felicidad”.
En medio de los bombardeos diarios de malas noticias, historias que nos afectan, la incertidumbre que caracteriza estos tiempos de política y pandemia, es difícil no quedar atrapados en la ola de negatividad.
“Las experiencias malas, las que no hace falta enumerar, son espacios de reflexión para capitalizar ese bajón, esa “derrota”, ese “barajar y dar de nuevo”. Sirve para mirar cuál fue la falla por donde se esfumó la felicidad”, afirma Acosta.
“El “ser feliz” es el objetivo más importante de la cultura occidental. Aprovechando esta especie de regla cultural, encontramos una gran lista de personas que se aprovecha de esa situación. Pero como sabemos los profesionales que hacemos TCC, perseguir esto sería como la zanahoria atada a un palo en la cabeza del burro”, grafica Mariano Zinser (M.N. 51.966), psicólogo miembro del Colegio de Psicólogos de la Provincia de Buenos Aires Distrito XV.
La TCC es una forma de entender cómo piensa uno acerca de sí mismo, de otras personas y del mundo que le rodea, y cómo lo que uno hace afecta a sus pensamientos y sentimientos. Esta terapia puede ayudar a cambiar la forma de cómo se piensa (“cognitivo”) y cómo se actúa (“conductual”) y estos cambios pueden ayudar a sentirse mejor. Por esta razón es que en el modelo tradicional de esta teoría, se desmenuza el concepto de felicidad en objetivos terapéuticos a partir de la pregunta “¿Y qué es ser feliz?”, “¿Y cuánto duraría eso?”.
Ser feliz, ¿es una decisión?
Zinser plantea que, “unas pocas preguntas suelen ser suficientes para que la persona cambie su forma de pensar a ese ‘objetivo’ de ser feliz, y esto es necesario para que ajuste su petición a objetivos realistas, posibles de alcanzar, los cuales pueden acompañar de bienestar pasajero (la alegría de aprobar un examen dura hasta que nos preocupamos por el próximo examen) pero de ninguna manera ese mandato cultural irreal y marketinero, que nos hace creer que tenemos que alcanzar ‘algo’, y que ese ‘algo’ va a mantener un estado de alegría constante”.
Las redes sociales explotan de “tiranía del positivismo”, una forma de pensar que por momentos es tóxica y obliga a demostrar constantemente lo felices que somos. Nadie publica fotos de un día complicado o se aconseja llorar, desahogarse hasta más no poder. Sobran los posteos con tatuajes con frases que alimentan la presión de ser feliz y parece ser que en gran parte la idea viene impulsada por el mercado lucrativo de autoayuda, que, de no ser eficaz, puede llegar a instalar un sentimiento de culpabilidad. Cada vez, con más fuerza, avanza una cultura que tiene poca tolerancia para aquellos que no pueden sonreír y mirar el lado positivo de la adversidad.
“Si ser feliz no puede ser un objetivo, no podemos pensar que actuando de determinada manera, en esa especie de “recetas para ser feliz” podríamos lograrlo. Nuestra propuesta es más terrenal, que el consultante viva la vida que quiere vivir, una vida con sentido, para lo cual posiblemente tenga que aprender a aceptar cierta cuota de dolor, que es inevitable”, propone Zinser. Por su parte, Liliana Acosta sugiere: “Dejemos fluir la vida y, en esos instantes, comprobaremos cuáles son nuestros momentos felices”.
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