Investigadores neurológicos llegaron a conclusiones fascinantes en el comportamiento del cerebro cuando se tiene facilidad y creatividad para insultar.
Lavarse la boca con agua y jabón por ser “boca sucia” ya no debería ser la primera indicación cuando escuchamos a alguien decir palabrotas. Al menos es lo que sugiere un estudio científico que ve en estas personas un signo de inteligencia y fortaleza.
Lo más popular es creer que la facilidad para maldecir se relaciona con la mala educación y la escasez de palabras. Sin embargo, un grupo de investigadores sostiene que es un mito pensar que se trata de una “pobreza del vocabulario”.
Según un estudio, usar malas palabras con frecuencia se relaciona más bien con un alto nivel adquisitivo: las personas que tienen una mejor posición económica, cuentan con un léxico más amplio. Entonces, tienen acceso a más palabras “políticamente incorrectas” y pronuncian mejor este tipo de expresiones.
Timothy Jay, profesor emérito de psicología en el Massachusetts College of Liberal Arts, que estudió estas palabras “vulgares” durante más de 40 años, dijo a CNN: “Las ventajas de insultar son muchas”.
“Los beneficios de decir groserías fueron descubiertos en las últimas dos décadas, como resultado de una gran cantidad de investigaciones sobre el cerebro y las emociones, junto con una tecnología mucho más avanzada para estudiar la anatomía cerebral”, asegura el experto. Uno de los trabajos que avala sus conclusiones consistió en poner a prueba la capacidad de voluntarios para generar palabras basadas en una letra determinada.
Por ejemplo, se pidió a los participantes que enumeraran, en un minuto, la mayor cantidad de palabras posibles que comiencen con F, A o S. Otro minuto fue adjudicado a pensar “palabrotas” que empezaran con esas mismas tres letras. El estudio encontró que aquellos a los que se les ocurrió la mayor cantidad de palabras con F, A y S también produjeron la mayor variedad de insultos.
Otra investigación realizada por un equipo internacional de expertos en salud mental, develó que la blasfemia se utiliza típicamente para expresar los sentimientos genuinos de la persona. El trabajo determinó que aquellos que espontáneamente dicen groserías, son personas honestas e íntegras. Mientras que los mentirosos utilizan más la capacidad cerebral para formular excusas y son muy meticulosos sobre el uso de las palabras.
La científica Emma Byrne revela datos que muestran que decir groserías fue siempre inevitable y terapéutico. Su libro “Decir malas palabras es bueno para usted”, demuestra científicamente que, a través de la historia, el expresarse groseramente fue una de las primeras formas del lenguaje y, desde entonces, nos ayuda a transitar el dolor, gestionar las emociones y mejorar nuestra capacidad mental.
¿Decir malas palabras alivia el dolor físico?
Según otros estudios, las personas que andan muchos kilómetros en bicicleta y maldicen contra la resistencia mientras pedalean, tienen más poder y fuerza que las personas que usan palabras “neutrales”.
Algunas investigaciones también encontraron que quienes insultaban mientras apretaban un tornillo podían hacerlo con más energía y durante más tiempo.
Decir obscenidades no solo ayudaría con la resistencia: si uno se aprieta el dedo con la puerta del auto, es posible que se sienta menos dolor si se insulta directamente y sin vueltas.
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