¿Cómo reacciona la mente ante situaciones de violencia reiteradas?

La especialista analiza los mecanismos que activa el cerebro para defenderse de episodios traumáticos.

La violencia deja marcas, no solo en la mente sino en el cuerpo, como ya vimos anteriormente. Las experiencias traumáticas pueden desencadenar síndromes o trastornos como una mayor incidencia del tabaquismo, problemas de alimentación y conductas compulsivas en las víctimas.

Al parecer, el factor crítico que desencadena el trauma es el estado de inescapabilidad, es decir, que la persona sienta que no tiene salida y, por ende, que no puede controlar la amenaza. Durante los eventos extremos –en particular aquellos desencadenados por la violencia infligida de un ser humano a otro– la mayor parte de las víctimas experimenta una combinación de reacciones. Se activan, casi simultáneamente, un estado de hiperalerta y la llamada defensa disociativa.

Estos dos mecanismos son los que les permiten sortear, de forma ilusoria, la vivencia de “inescapabilidad”, ya que están atrapadas en una situación de la que en ese momento no pueden irse. Esto ocurre, por ejemplo, en contextos familiares y sociales extremadamente adversos (donde dependen emocional y económicamente del maltratador) o en situaciones de violencia sexual.

¿Cómo funcionan entonces algunos de estos mecanismos? Podemos afirmar que la respuesta disociativa disminuirá en ese momento la conciencia del dolor (tanto físico como emocional). Frente a la imposibilidad del escape físico, infinidad de veces las víctimas emplean esto como escape “mental”, lo que tiende a crear un sentido distorsionado del tiempo y los sentimientos, como si lo que sucediera no fuera real (1). Por lo tanto, durante las situaciones traumáticas se las podrá ver como desconectadas o anestesiadas y luego pueden incluso no recordar lo sucedido.

La respuesta disociativa intenta modular la respuesta de hiperalerta, activada ante una situación traumática. Este estado significa que la persona estará vigilante, pendiente de reconocer situaciones que considere peligrosas. Para poner un ejemplo sencillo, pensemos en un gatito con los pelos erizados como reacción a una percepción de amenaza.

Ahora bien, la exposición reiterada o crónica a situaciones de violencia lo que hace es desencadenar una sensibilización del sistema nervioso, con un patrón repetitivo de activación o reexperiencia. ¿Qué significa esto? Que estímulos estresantes cada vez más menores dispararán una intensa respuesta de hiperalerta y/o disociación (2). Así, la víctima tendrá reacciones similares ante la realidad familiar y social amenazadora que las generó y ante el estrés de la simple dificultad de un cálculo matemático. Por eso se las verá en la escuela distraídas (disociadas), inquietas, irritables e irritantes (hiperalertas).

Tengamos en cuenta que vivir en un entorno donde la amenaza resulte persistente puede promover una alteración basal de la vivencia del miedo y el equilibrio fisiológico. Así, raramente se obtendrá un estado de calma. Esta sensación y malestar desembocará muy frecuentemente en la necesidad de la víctima de inducirse un estado de mayor relax a través de la automedicación y el abuso de sustancias y alcohol.

Las personas que sufren traumas severos “aprenden a escapar” de ese sentimiento crónico de embotamiento, ansiedad y depresión a través de conductas compulsivas, del exceso de comida y de otros consumos (3). Estos sentimientos y sensaciones intolerables también pueden intentar ser bloqueados por una injuria mayor al cuerpo (automutilaciones).

De esto se desprende como consecuencia un aumento en los intentos de suicidio. De hecho, quienes sufrieron abusos físicos tienen tasas de suicidio tres veces más altas que la población general y el número asciende a cinco veces para aquellas víctimas de abuso sexual (4).

También es importante tener en cuenta que la disociación persistente puede potenciar el circuito del trauma y contribuir a su re-actuación compulsiva. Esto quiere decir que “todo queda programado para interpretar al mundo como un lugar peligroso”, incluido el propio cuerpo. Así, se altera hasta la respuesta del sistema inmunitario, que pierde la capacidad de discriminar entre lo propio y lo externo. Como consecuencia, aumentan significativamente las enfermedades autoinmunes, aquellas donde el propio sistema ataca al cuerpo como si fuese ajeno.

Como sociedad, si queremos evitar todas estas consecuencias es preciso trabajar para un mundo sin violencias. Tengamos en cuenta que cuando nos tratan con amor, nadie se quiere escapar.

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