Por qué romper objetos nos “relaja”

Muchas veces destruir cosas genera adrenalina y sensación de control de la situación. Sin embargo, la psicología desaconseja esta práctica como mecanismo para reducir el estrés.

Hace años que se pusieron de moda los locales en los que uno paga por destrozar objetos –desde televisores hasta botellas o computadoras–, sólo para reducir el estrés. En el Reino Unido, incluso se publicitó, a fines del año pasado, un concurso para ganar un “día terapéutico” en el que el vencedor y seis de sus amigos podrían destruir autos con un tanque.

2020, fue un año frustrante en el que todos tuvimos que buscar nuestra forma de reducir la tensión que sentíamos debido a la pandemia, el encierro y la incertidumbre. Para algunos, fue la meditación o el yoga; para otros, aprender a cocinar platos más elaborados, mientras que hay quienes quisieron aprovechar el tiempo para renovar partes de la casa. Sin embargo, seguramente hubo un porcentaje que se dedicó a romper cosas para liberar todo ese estrés acumulado.

Desde el punto de vista psicológico, la estrategia de romper objetos para reducir el estrés se explica por la sensación de control y poder que nos genera. “La persona se encuentra en posición activa frente a una situación que pareciera desbordarla. El acto de tirar/destruir puede interpretarse como una forma de liberar la tensión que siente en ese momento”, plantea a Con Bienestar la psicóloga Eliana Álvarez (M.N. 68.245).

La experta precisa que el alivio que genera ese tipo de actividades es una sensación pasajera que no se mantiene por mucho tiempo, porque “el estrés no se resuelve de esa manera”.

La biología también hace su parte en ese proceso. Cuando realizamos acciones como subir a una montaña rusa, practicar deportes extremos o romper objetos de forma violenta, nos puede invadir una sensación de euforia realmente placentera porque el cuerpo genera adrenalina.

Esta sustancia se produce en las glándulas suprarrenales cuando nos enfrentamos a situaciones de estrés, excitación o nerviosismo. Estimula el corazón y aumenta la respiración, de esta manera, se acelera el ritmo cardíaco, de forma que la sangre se oxigena más rápido y hace que llegue más cantidad de aire y nutrientes a todas las partes del cuerpo.

Además, detiene el movimiento intestinal, dilata las pupilas para agudizar nuestra visión y recluta glucosa de nuestras reservas para que nuestros músculos respondan con rapidez. También incrementa la presión sanguínea. Todo para prepararnos para un posible “peligro”.

La secreción de adrenalina genera efectos a nivel químico en el cuerpo que son muy parecidos a los de un orgasmo. Y cuando el organismo vuelve a la normalidad, se produce la relajación.

¿Es romper la terapia adecuada?
Romper objetos puede resultar una forma de hacer catarsis y, en el momento, puede llegar a reducir el estrés. Pero a la larga, puede traer más consecuencias negativas que positivas.

“El objetivo de estas prácticas es liberar el estrés, pero no la considero saludable ni terapéutica. De hecho, muchas veces se trabaja con el paciente para bajar la agresión e impulsividad. Considero que estas actividades podrían incrementar justamente esto, porque hay otras maneras de liberar toda esa carga sin tener que romper nada”, consigna la especialista.

Pensemos que eso se puede volver recurrente ante cada situación de estrés (como una estrategia de afrontamiento frente al malestar) y no siempre vamos a tener la posibilidad de acceder a esos lugares o prácticas. Y la eventual solución terminaría por convertirse en un gran problema.

“Yo recomendaría otras prácticas para liberar la tensión que también son efectivas, como el ejercicio. En los casos en los que el estrés es muy intenso, se prolonga en el tiempo y dificulta el día a día, es necesario recurrir a un profesional para poder tener un espacio donde trabajar la angustia”, indica Alvarez.

Por otro lado, romper un objeto es una respuesta pasajera ante un problema que quizás requiere que sea trabajado desde el ser interno. Para mejorar la salud mental, se recomienda poner en palabras todo ese malestar, no pasar al acto.

Adicción a la adrenalina, otro problema
La producción de adrenalina estimula la liberación de dopamina, una sustancia que induce una sensación de bienestar generalizado. Por eso, las ganas de sentirse así constantemente lleva a algunas personas a realizar conductas excitantes y a convertirse en verdaderos adictos a las situaciones extremas.

Esta hormona se vuelve una adicción cuando la persona necesita experimentarla de manera continua y habitual.

 

La adicción a la adrenalina puede adoptar variadas formas. Lo único que tienen en común es que hacen que el cerebro busque reiteradamente los límites de lo imposible. Además de los deportes extremos, las personas adictas pueden experimentar la misma sensación de euforia haciendo cosas prohibidas, ilegales o ilícitas. Por ejemplo, robar alguna mercadería en el supermercado, irse sin pagar de restaurantes o exponerse con una infidelidad a riesgo de ser descubierto.

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